Hablar de educación implica ser conscientes que cada espacio en el que esta la persona se convierte en un escenario de aprendizaje. En este sentido, la familia es el primer ámbito educativo por naturaleza y es allí donde la esencia de la coexistencia se da, siendo el pilar del “aprender a convivir con otros”.
De esta manera, el escenario de familia como factor coeducador, debe reconocerse como la oportunidad para “aprender a ser”, esto es, desempeñarse como un ser empático, social y feliz que promueve acciones solidarias, responsables y de servicio. Si bien es dicho, la educación empieza en casa, frase que por años nos ha acompañado, es a través de esta experiencia de relacionamiento familiar que se forma con solidaridad, con propósito y sentido de vida, es decir, la felicidad interior.
El propósito de formar personas desde la perspectiva de “aprender a ser” y “aprender a coexistir” implica ayudar a crecer al otro en su trascendencia promoviendo la solidaridad y la felicidad como una visión que permea el bien común. Desde esta perspectiva, se hace visible a través de la toma de conciencia sobre las necesidades de los otros, el deseo individual de contribuir y la intención colectiva de cooperar, este sentimiento de unidad se basa en las metas o intereses comunes que desde casa se pueden ir construyendo mediante el ejercicio de convivencia cotidiano.
Es así como la felicidad es un proceso de realización, es una decisión de vida, un propósito. Contribuir a la felicidad desde el ámbito de casa, se convierte en una responsabilidad consigo mismo y el otro, lo que implica un sentido pleno de la coexistencia donde se consolida el papel que cumplimos dentro de la sociedad, la relación que establecemos con otros seres humanos y la posibilidad de mejorar nuestras vidas y dignificar la existencia humana de manera constante y vinculada al servicio del bien común.
Es así como la educación en casa, desde el entorno familiar, se convierte en el mejor ejemplo que lleva a la acción sensata, honesta y de servicio donde la felicidad significa pasión por lo que hacemos y realización personal por trascender. La felicidad no surge por sí sola, es la suma de momentos, se construye intencionalmente desde el sentido de la acción que transforma el ser.