La humanidad funciona como un gran kibutz en el que cada uno está encargado de una tarea especial, pero el ansia de poder nos ha llevado a que compitamos todos solamente en unas áreas. La educación que hemos recibido hasta ahora es la responsable de que los seres humanos hayan desarrollado siempre las mismas competencias, con mayor o menor éxito, en las mismas áreas según la demanda de la sociedad, pero no en todas, Y no se ha preocupado por la realización personal del ser, ese ikigai que daría sentido a nuestras vidas .
La educación y formación de nuestros individuos debe ser dirigida desde el Ser individual y no hacerla homogénea, sino diferenciada e integral. Cada ser humano viene a este mundo con sus dones, talentos, intereses y gustos particulares y personales para desarrollar y cumplir su tarea dentro del “clan” o sociedad. Cuando enfocamos nuestra propuesta educativa al desarrollo del ser personal, a que nuestros estudiantes encuentren ese ikigai, logramos que ellos mismos encuentren sus aspiraciones y se dediquen a su propósito último, el de autorrealización. Esta satisfacción vital, este ikigai, vendría a darle significancia y pertinencia a nuestro modelo pedagógico, solo cuando logramos que en nuestros estudiantes confluyan el sentido de sus vidas, aquello para lo que han sido llamados o a lo que vinieron a este mundo, lo que aman, para lo que son buenos, por lo que pueden ser reconocidos en la sociedad y lo que el mundo necesita de ellos, encuentran el ikigai; su razón de ser.
Nosotros como educadores o formadores, o sea, como el núcleo del sistema al cual pertenecen los niños y jóvenes, debemos no solo permitir que ellos desarrollen sus habilidades y competencias desde sus intereses, sino facilitar que lo logren, y encuentren su ikigai, para el bien suyo y del sistema al cual pertenecen - que en principio es el mismo nuestro- y alcancen su felicidad.
Somos nosotros el mejor ejemplo e influencia que ese sujeto recibe para lograr su desarrollo, equilibrio y armonía.